lunes, 7 de febrero de 2011

Pemba

Pemba Shrestha nació hace cincuenta años en un pequeño pueblecito del Valle de Katmandú, Kusule. Su familia era una típica familia de la época: su padre tenía dos mujeres, la primera con dos hijos y la segunda, la madre de Pemba, con tan sólo una niña. Cuando Pemba tenía 8 años, su madre murió, y la primera mujer de su padre la envió al pueblo de Tatopani, a vivir con sus tíos maternos. Allí disfrutó de una infancia tranquila y feliz, sus tíos la querían mucho y la vida en el pueblo transcurría tranquila, sin demasiadas necesidades. Como la familia no podía permitirse enviar a Pemba a la escuela, fue su tío el encargado de enseñarle al menos el alfabeto y los números, pero han pasado tantos años que ya ni se acuerda…

Hasta la edad de 16 años nuestra amiga trabajó en el campo, pero un día, unos vecinos del pueblo le ofrecieron mudarse a Katmandú, donde estaban abriendo una fábrica de productos de lana. Ellos la apreciaban mucho, y tenían ganas de ver cómo Pemba se labraba un futuro, así que ella se lió la manta a la cabeza y se mudó a Katmandú de la mano de sus amigos.


El trabajo en la fábrica estaba bien y Pemba empezó a disfrutar de su vida de adulta, llevando una vida humilde pero sin penurias. Cuando cumplía los 20 años, conoció a Asha, un amigo de su jefe, que inmediatamente quedó prendado de ella y empezó a tratar de conquistarla. Asha era muy alto, tanto que resultaba gracioso y la gente lo miraba con curiosidad por la calle, y a ella en realidad no le gustaba mucho, pero se dejó conquistar…

Él la visitaba cada día, unos días le traía flores, o algún aperitivo, un té, unas pulseras… Asha era cariñoso, amable y muy educado y Pemba acabó cayendo rendida a sus pies. Tantas atenciones y empeño hicieron que aquel hombre pasara de ser “grande y gracioso” a convertirse en el amor de su vida.

Tras unos meses de conquista todo quedó arreglado, se casarían y formarían una familia. Él tenía una esposa anterior y un hijo varón, de un matrimonio arreglado por los padres. Su vida ya estaba establecida, ya había cumplido con las tradiciones deseadas por la familia, así que cuando Asha presentó a la mujer que amaba a todos, nadie se opuso a la unión.

Durante una época vivieron en la casa familiar, pero Pemba allí no se encontraba a gusto, así que la pareja se mudó a otra casa en Katmandú para seguir con su vida. Pasados unos años nació Rebika, su única hija, y la felicidad de Pemba fue totalmente plena. Su marido tenía un buen trabajo en una imprenta en Bakhtapur, así que ella dejó su trabajo y se dedicaba enteramente a su familia, a cuidar de su hija y su esposo y a disfrutar de la vida al máximo. Juntos solían ir al cine, de picnic o a visitar a familiares y amigos. En época de grandes festivales, como Dasaín, visitaban a la familia de su marido y las relaciones cordiales con aquellos hacían de aquellas temporadas momentos dulces y plenos.

Pero hace 18 años la tragedia llegó a la vida de Pemba y su vida dio un vuelco inevitable: Asha enfermó de tuberculosis, y tras un año de sufrimiento murió. Entonces la primera esposa y la familia prometieron apoyarla y encargarse de que nada le faltara, ni a ella ni a su hija…pero tras sólo seis meses de luto (cuando la tradición manda trece) la primera mujer y el resto de la familia desaparecieron dejando las esperanzas de Pemba y su hija enterradas en la ignorancia. Cambiaron de domicilio y nunca volvieron a contactar con ella. Así que esta mujer se vio de pronto sumida en una profunda tristeza, con una niña de 5 años a la que sacar adelante y un puñado de rupias con el que no podía ni pensar en sobrevivir una semana. Su marido había trabajado para el gobierno, por lo que le debería corresponder una pequeña pensión oficial, pero la primera esposa se había marchado, con todos los papeles y ella ahora no podía hacer nada…

La vida le había puesto una prueba, y a pesar de todo, Pemba fue valiente y se puso manos a la obra para intentar rehacer su vida. Buscó a su antiguo jefe, que la readmitió en la fábrica de lana, buscó una nueva habitación, más barata y siguió con su vida aprendiendo a sobrellevar la pobreza y la pena al mismo tiempo.

Rebika ahora tiene 23 años y se encarga de cuidar a su madre, que tras la muerte del esposo trabajó muy duro para poder sacarla adelante. Pemba se hace mayor y su cuerpo y su vista fallan cada vez más, por lo que ya no puede coser como antes y no puede trabajar en la fábrica como solía hacer. Ahora se encarga de limpiar e hilar los rollos de lana, lo que hace que su salario sea mínimo, unos 7 euros de media. La hija trabaja en una tienda a tiempo parcial y con su pequeño salario y el de su madre apenas se pueden permitir el alquiler de una pequeña habitación húmeda y oscura.

Hace unos años la desesperación y la tristeza llevaron a Pemba a una iglesia cristiana, donde encontró algo de consuelo y decidió convertirse al cristianismo. Acude casi cada día a rezar y dice que así se siente mejor, y que está segura de que su marido está en el cielo y desde allí las protege, a ella y a su hija. Y allí es donde conoció a Pampha, otra amiga de Kumari House que la animó a acudir a la Fundación para poder asistir a las clases de alfabetización y así poder progresar.

Fue así como el equipo de TDHF conoció a Pemba y su historia, y decidió que debía entrar a formar parte del proyecto la Casa de las Viudas apoyado por Namaskar y sus socios. Ha pasado apenas un mes y medio desde entonces y Pemba y su hija ya tienen una cama nueva, mantas, una olla a presión y ahora esperan la nueva cocina de gas. Un pequeño hilo de esperanza ilumina su camino y tanto ellas como el equipo de la fundación trabajarán para seguir adelante y convertir las ilusiones en realidad.

De momento Pemba sólo quiere aprender a leer para poder manejarse sola, sin tener que estar preguntando cada vez qué es lo que pone en los papeles, en el periódico o en su la pequeña biblia que el sacerdote le regaló.


Como siempre, desde TDHF le deseamos lo mejor y agradecemos a Namaskar y sus socios el apoyo para poder seguir ayudando a estas mujeres que, sin quererlo ya forman parte de nuestras vidas.

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